La infección existía desde el siglo III.
Los doctores de esos tiempos trataron de curarla,
usaron químicos y pociones,
pero no pudieron detenerla.
La infección creció.
Los químicos usados solo aumentaron sus defensas.
El bicho que cargaba el virus era muy eficaz;
vivía en casi todos los cuerpos.
Entraba en los ojos y vivía por largos periodos de tiempo.
La población lo podía ver, pero les parecía inofensivo.
Vivía ahí, como hilos en los ojos.
De los ojos al cerebro y ya adentro,
se alimentaba de materia gris.
Poco a poco el propio cerebro se tornaba contra el portador
y con el tiempo, éste dejaba de pensar.
La gente lo atribuyó a diferentes cosas:
libros, sexo, masturbación y al diablo.
La realidad era otra, el cerebro ya no les pertenecía.
Lo que quedaba era usado por la infección
y el resto ya eran desechos.
Publicado por Revista Letrina #19 mayo-junio 2015.