Ya son
casi las doce. Media hora para escribir un poema. ¿Qué escribir? Ya ni sé. Trabajé
en la escuela, luego las clases privadas, tuve que ir al mercado pues no tenía
jabón para bañarme. Mi celular me ha recordado todo el día del poema por
escribir. Me ha recordado de la fecha, el tema, el estilo pero la escritura es
mía.
En frente
de mi computadora, las palabras no me fluyen. Me siento limitado. El idioma no
es fluido. Me cambio a la tableta. Mis dedos son mi pluma. Es más fácil, más
personal, pero aún no es suficiente. Finalmente, tomo un lápiz y un cuaderno. Me
recuesto en mi cama y dejo la mente volar. Escribo sobre las restricciones
cotidianas, sobre la escritura, sobre mi musa.
Son las
11:59. El poema está listo. Ahora a escribir un correo electrónico y poner mi
futuro en un editor. ¿Llegará a tiempo? ¿Cumplirá los requisitos? Mi poco
esfuerzo y preparación quizá no sean suficiente. Quizá mis mentiras para
hacerme interesante no sean entendidas. Quizá las semanas invertidas no tendrán
fruto alguno. Quizá nada de esto importe y toda la vida es un sueño.
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