Wednesday, April 20, 2016

La Sombra

   Ese día María se levantó tarde. Sus hijos ya habían desayunado y estaban listos para irse a la escuela. La hija mayor, Lucy, tenía 13 años y ya estaba acostumbrada a estos hechos.
María se levantó con una sombra por detrás. Era como si una nube oscura la siguiera a donde fuera.

   “Perdón, se me pasó el tiempo”.

   “No se preocupe, amá. Los niños ya están listos”.

   Lucy podía ver la tristeza que llevaba su madre.

   Desde unos años atrás María había estado empeorando. Cada día tenía menos ganas de hacer los quehaceres. Las cosas frecuentemente se le olvidaban. Siempre estaba distraída. Era como si algo o alguien la estuviera jalando a otra realidad. María luchaba por quedarse, cuidar a sus hijos, tener una vida normal pero la sombra no la dejaba. Se había convertido en su compañera fiel y celosa. Sólo ella la podía ver o sentir, pero cada día formaba una parte más grande e importante de su vida.

   Lucy y sus hermanos se fueron a la escuela. María se quedó sentada en la mesa de la cocina. Su mente estaba en blanco; no podía ni pensar. Una tristeza tan fuerte la tomó desprevenida. Su compañera quería más de ella, pero María peleaba. Se levantó y tomó una manzana y un cuchillo. Lentamente comenzó a cortar en pedazos la manzana y se los comía. El sabor ácido de la manzana le traía recuerdos de su infancia y juventud: recuerdos de cuando sus papás vivían, de cuando la mandaban a la casa de su tía Perla y se iban a nadar al lago, de cuando Pepe, su esposo, aún vivía y la abrazaba y le susurraba al oído. La muerte de su esposo había sido triste e inesperada y María no había podido superarla aún.

   Ahora ahí estaba ella sola y la manzana, aunque le traía muy bonitos recuerdos, la hizo llorar amargamente. Lloró por su pasado, por sus hijos, por la injusticia, por desesperación.
El tiempo pasaba. María seguía sumergida en sus propios recuerdos. La hora de recoger a sus hijos estaba cerca pero ella no tenía ánimos ni de levantarse. Su amiga, compañera, la detenía con sus recuerdos; pedía su atención.

   Los niños llegaron. Pidieron comida. María había olvidado cocinar. Lucy viendo la situación y a sus hermanos, tomó 15 pesos de la bolsa de su mamá y salió a la tortillería. Al regresar, Lucy se dio cuenta que su mamá ya no estaba.

   “¿Dónde está mama?” le pregunto a su hermano.

   “No sé”.

   “¿Mario?”

   “Se salió”.

   “¿A dónde?”

   “Pues no sé”.

   Lucy asustada salió corriendo. Una vez en la calle volteó para todos lados pero no miró a su madre. Le preguntó a la vecina, pero ésta tampoco sabía nada. Las lágrimas le comenzaron a correr por las mejillas. La frustración le ganaba.

   Mientras tanto, María iba hacia el río. Su compañera la llevaba de la mano, la guiaba. María no tenía fuerzas, las había perdido hace tiempo. Una vez que llegó al río se subió al puente. Su compañera la miraba a lo lejos, pero, aun así, la alentaba a seguir adelante. María se paró en el medio del puente. El río estaba seco y el fondo estaba cubierto de rocas puntiagudas. Ella se paró sobre el barandal y se mecía con el viento. Su compañera se había escondido en la oscuridad, pero, aun así, su sonrisa era visible. María ya no estaba ahí. Su compañera había conseguido lo que quería y su espíritu había escapado antes de subir al puente. Su compañera le señalaba el río y la invitaba al viaje a la oscuridad.

   El sol avergonzado de la situación y no queriendo ser cómplice, se escondió en el horizonte. Cuando los últimos rayos iluminaron la espalda de María, ésta caminó hacia la noche.

Publicado en la antología Viaje a la oscuridad de Leguadediabloeditorial en el 2015 

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