Salgo como todos los días, 10 minutos antes de
las 3. Hoy fue un día como cualquier otro, pero por lo menos el día escolar ya
terminó. Me subo al camión y me bajo en la parada a unos 30 minutos de mi casa.
Ese tiempo siempre lo aprovecho para repasar los eventos cotidianos. Los
acosos, los insultos, empujones y demás, todos ellos vuelven a pasar por mi
cabeza como una película triste extranjera. Mis pasos son largos y rápidos pues
ya quiero llegar. Cruzo la calle de mi casa y al entrar me encuentro con la
casa vacía como a diario. Mi mamá y mi abuelita están trabajando y mis hermanas
aun no llegan de la escuela. Me acuesto en el sillón y prendo la tele a
cualquier canal disponible. No pasan ni diez minutos y mis hermanas entran por
la puerta. El sonido de sus voces perturba mis oídos. La más chica, Rosa, llega
y se apodera del control remoto y la televisión. Me levanto y me voy al cuarto.
Me acuesto en mi cama y espero tener unos minutos de silencio, pero mi hermana
mayor, Judith, entra y me empieza a gritar porque aún no he tirado la basura.
Me levanto de la cama, junto la basura y la llevo al contenedor. Al entrar de
nuevo en la casa, Judith me empieza a regañar porque no he terminado la tarea.
Recojo mi mochila del piso de la sala y me voy a la mesa del comedor a hacer la
tarea casi idéntica que la del día anterior. El sonido de la tele y la
aspiradora no me dejan concentrar, pero igual la termino. El día transcurre y
me siento atrapado. No importa a donde volteé, ahí está alguien. El ruido, los
regaños y la música no me dejan ni pensar; llega hasta el punto que tengo que
salir de mi casa. Tomo mi mochila y los libros que están por vencer de la
biblioteca y me salgo. Camino como 30 minutos a la biblioteca pero a diferencia
de cuando iba de regreso a casa, esta vez disfruto cada segundo. Veo las calles
y las casas que siempre se ven igual, pero aun esto me da un alivio temporal.
Al fin llego a la biblioteca. Regreso los libros que ya leí y me pierdo en los
estantes más altos que yo. He estado aquí cientos de veces pero cada pasillo y
cada libro son un dulce escape para mí. El olor de los libros viejos calma mis
nervios. Los pasillos que parecen interminables me hacen sentir que he podido
escapar de la realidad externa. Tomo un libro, cualquier libro y me siento en
el piso a leer. Los segundos, los minutos y las horas pasan sin darme cuenta.
Este mundo, mi mundo alterno, mi mundo de alivio, mi mundo de silencio, me
permite ser cualquier cosa. Un día soy transportado a aventuras homéricas y el
siguiente a las colonias extraterrestres con androides completamente sintientes
y pensantes. Las horas corren y de repente, como todos los días, veo a la misma
señora parada enfrente de mí con esa mirada de desaprobación, enunciando las
palabras que más odio: “Estamos por cerrar”. Tomo los libros que quiero seguir
leyendo y camino por la puerta que me transporta al mundo externo, ese mundo
cotidiano y aburrido al que todos pertenecemos.
Publicado en Suplemento Voz Zero No.3: Crónicas infrecuentes del Periódico Tribuna de Querétaro
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