Wednesday, April 20, 2016

Pika

            Sentado en una clase de teoría teorética de las teoréticas teorías, me siento rebasado. Los conceptos, las ideas, las razones y las imágenes llenan mi mente de un vacío consumidor. Mi corazón late tan fuerte que hasta el pecho me duele. Mi respiración aumenta, corre. Mi mente manda señales de pánico a todo mi ser. Mis manos sudan un sudor frio. Me siento respirar a través de un popote. Mis pensamientos corren, vagan, huyen y tiemblan de ansiedad. Mis dedos recorren las hojas de mi cuaderno lleno de jeroglíficos indescifrables y cortan pequeños pedazos de las orillas.
            Hacía mucho que no comía papel pero la ansiedad y el estrés me han abierto el apetito. Tengo hambre. He ido a muchas sesiones de terapia y he hablado sobre mis problemas. Me he abierto a personas que ni siquiera conozco con el fin de abandonar esa hambre por lo raro. El hambre por una sustancia indebida, mala. Hoy después de tanto tiempo me tuvo que regresar.
            Mis dedos juegan con los pedacitos de papel. Juego con cada pedazo con una ansiedad y con un miedo inigualable. ¿Cómo le puedo tener miedo a algo tan inofensivo? ¿Cómo permito que el hambre regrese?
            Los pedazos de papel empiezan a llenar el cuaderno. Al principio, cada pedazo era simétrico y organizado pero ahora cada pieza demuestra el odio y la ansiedad que siento. Las hojas de mi cuaderno están ya incompletas.
            Volteo a la derecha y luego la izquierda con miedo que mis compañeros se fijen en lo que estoy haciendo. El maestro continúa con su clase como normal. Los demás opinan, toman notas. Yo soy el único inmerso en este mundo pervertido, en este mundo de lo anormal. Cada pedazo de papel toma la forma física del alivio que necesito. El papel es la droga que calma mi ansiedad; es la droga que me permite concentrar.
            ¿Cuándo nacería esa hambre? ¿Acaso fue cuando me violaron a los 10 años? ¿O cuando mis padres se peleaban y terminaron divorciándose? ¿O quizá cuando mi abuela, que siempre formó parte de mi familia integral, aún más que mi propio padre, murió? El comienzo no importa. El final tampoco, yo creo. Lo que importa es la obsesiva compulsión de comer ese papel tan ansiado. Esa hambre enfermiza que me hace sentir como un fenómeno.

            Mis dedos regresan al cuaderno. Conscientemente tomó un pedazo de papel y me lo meto en la boca. El dulce alivio de una droga tan ansiada llena mi cuerpo. La ansiedad comienza a desaparecer. Mis dientes mastican mis problemas, disuelven mi ansiedad. Mis dedos recogen otro papel y mi boca sirve para recibir la hostia que me liberara de mi constante enemigo.

Publicado en Revista Himen en Primavera 2015

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